Las leyendas, testimonios, historias y curiosidades que deja el Camino de Santiago a su paso por la localidad castellana de Castrojeriz.

lunes, 24 de mayo de 2010


Reportaje


El Camino de Castrojeriz



Una pequeña localidad castellana atravesada por todo un camino de tradiciones que abarca más curiosidades y pequeñas fábulas cotidianas de las que podíamos imaginar.
Nos dirigimos por un camino contemplado por cientos de girasoles y frondosos árboles que salen al paso de nuestra visita y la primera imagen de este carismático pueblo está protagonizada por las ruinas de una vieja fortaleza que se encuentra en lo alto de la colina. Considerado como uno de los hitos de mayor interés histórico en el camino de Santiago, encontramos el bello pueblo de Castrojeriz.



Esta villa de orígenes celtibéricos y visigodos y de la que se cree que fue la antigua Castrum Sigererci, está situada a los pies de un alto cerro, el “Cerro del Castillo”, desde el que se domina un amplísimo territorio circundante. Su rica historia lleva a considerarla incluso como castro romano del que dicen, fue fundado por el mismo Julio César. En los siglos medievales, Castrojeriz inició una nueva y relevante historia: el desarrollo del Camino de Santiago, factor que va a convertir a este lugar en un importante y floreciente núcleo de la Castilla pleno-medieval.
A partir de ese momento su historia quedó vinculada al Camino de Santiago.



Llegamos al pueblo desde Hontanas y la primera imagen que nos da la bienvenida al pueblo son las ruinas de una vieja fortaleza medieval en lo alto del cerro. Este castillo es el monumento mas antiguo de la villa y su construcción primitiva es romana ya que posteriormente fue recubierto con nuevas construcciones y murallas visigodas. La fortaleza jugó un importante papel en la Edad Media, posteriormente estuvo en mano de los Condes de Castro y de Lara que le convirtieron en el enclave básico de su influencia y control político. El terremoto de Lisboa en 1755 hizo que se desplomara la mayor parte de los muros y hoy en día solo quedan en pie las tres torres del cuerpo principal y el patio de armas.



Tras bajar la vista del cerro, nos encontramos al paso de las enigmáticas y bien conservadas ruinas del Convento de San Antón fundado en 1146 y gobernado por monjes de la Orden Antoniana.
En este convento no sólo se encontraba la iglesia sino, también, un pequeño hospital con doce camas para atender a los peregrinos heridos. Cuentan las historias del camino, que estos monjes antonianos eran especialistas en la curación de enfermos aquejados por el “fuego de San Antón” o “mal de los ardientes”. En realidad, este mal era una enfermedad gangrenosa similar a la lepra, provocada por un hongo, una especie de cornezuelo del pan de centeno. Los monjes antonianos sustituían este pan de centeno por el pan de harina o cereales.
En pie quedan una magnífica portada gótica e impresionantes ventanales que se recortan con el fondo azulado del cielo, invitando a fantasear con la peregrinación durante los siglos XV y XVI. Llama la atención unas pequeñas alacenas situadas en una de las paredes en las que los monjes ponían, a disposición de los caminantes, platos de comida. Hoy en día, y como curiosidad, estas mismas alacenas sirven para dejar mensajes y que los viajeros que vengan después puedan leerlos y contestar.



Penetramos en Castrojeriz por el barrio de Almazán o de Santa María del Manzano, lugar en el que se alza majestuosa la iglesia colegiata de Nuestra Señora del Manzano, la misma a la que Alfonso X dedicó muchas de sus cantigas (12 en total), un templo en el que se funden reposo y cultura. Entre sus joyas artísticas se encuentran el retablo mayor, presidido por la hermosa figura de Nuestra Señora, de la que dicen fue encontrada en una iglesia anterior a la construcción de la Colegiata, y la exposición de arte sacro. En esta basílica se encuentra también el Museo de arte Sacro que acoge más de 200 piezas artísticas como cruces, relicarios, documentos religiosos y una importante colección de tallas medievales. Pero quizás lo que mas nos puede llamar la atención es el magnífico rosetón de vidrieras alemanas que dejan traspasar la belleza y luminosidad del día castellano.



Adentrándonos en el pueblo, podemos observar como el paso de este Camino, condicionó la historia, el trazado urbano y el rico patrimonio que conserva Castrojeriz además de ser reconocida como la segunda población más importante del Camino Francés en la provincia burgalesa, tan sólo superada por la misma ciudad de Burgos.
Comenzamos a caminar a lo largo de una calle principal, de casi dos kilómetros, que atraviesa todo el pueblo, la Calle Real.
Así se llama el eje principal de la localidad que nace en el extremo del caserío más cercano hasta el barrio de Nuestra Señora del Manzano. Por esta importante rúa de romeros nos encontramos con otro monumento relevante en la historia del pueblo, la iglesia de Santo Domingo. Lo primero que nos llama la atención es el impresionante campanario que se alza en lo alto de la fachada bajo el cual da la bienvenida al templo una pequeña figura de la Virgen y el Niño.
Progresamos en nuestra andadura y nos cruzamos con numerosos vecinos que, ante la cotidianeidad de observar como los peregrinos pasan por delante de sus casas, nos gritan con una sonrisa, “¿Como va ese camino? ¡Hoy habéis tenido suerte, llegáis a pasar ayer por aquí y la lluvia no os deja andar!” .



Tras admirar la antigua muralla urbana que recorría y rodeaba toda la localidad, nos paramos a mirar una antigua y monumental casona que se asienta en el exterior de la muralla. Se dice que este templo, con un estilo que está en transición entre el románico y el gótico, fue el antiguo Palacio de los Condes de Castrojeriz.
En su interior, durante el siglo XVIII se construyeron la cripta del enterramiento de los condes y la capilla de la virgen del Manzano. Hoy en día conserva su fachada pero su interior está completamente remodelado y en él se conservan interesantes pinturas y retablos. Entre éstos, el retablo mayor barroco del siglo XVIII que contiene lienzos del artista Antón Raphael Mengs.


Llegamos a la tasca del pueblo que tiene como nombre “La taberna” y solo entrar en su interior nos hace mirar a todos sus rincones con una cara de completa admiración. La taberna es un espacio pequeño, rústico, casi familiar, decorada al completo con miles de billetes antiguos y que, posteriormente nos enteramos, corresponden a los numerosos países de los que provienen los peregrinos que pasan cada día por esta localidad.
Un enorme y grueso libro se asienta sobre un fino atril, inmediatamente Maria Jesús, dueña de la taberna, nos viene a explicar que es un libro de firmas en el que los caminantes dejan su sus palabras de agradecimiento una vez salen de ahí “Ese por lo menos es el quinto, el primero de todos es del año 95” nos aclara Maria Jesús; países como Suecia, Italia, EE.UU, Brasil, Japón... tienen su representación en este gran volumen.



Al levantar la vista, me doy cuenta de la presencia de un precioso boceto hecho a mano en el que aparece representado un gran pastor alemán y justo a su lado una noticia extraída del periódico local en la que aparece este mismo perro “El último adiós a Berni”, titula.
Berni era la perra de esta taberna que guiaba y ayudaba a los peregrinos que extasiados, se perdían o no sabían cómo llegar al refugio, un acompañamiento que se alargaba incluso hasta otros pueblos como Frómista o Carrión de los Condes, dependiendo de cual sería el destino marcado por el caminante. Elegía siempre a los más débiles, a los que sufrían las ampollas o a discapacitados. Pero sus hazañas también saltaron el charco, se han publicado reportajes sobre esta perra en Brasil y hasta tiene un capítulo delicado en uno de los tantos libros escritos sobre el camino. En nuestro país, una fotografía de Berni cuelga en las paredes de cada una de las sedes de las asociaciones de Amigos del Camino de Santiago.



Hace unos años Berni fue envenenada por una ingesta de estricnina y las reacciones de peregrinos de todo el mundo no se hicieron esperar. Mandaron correos electrónicos, firmaron en el libro de visitas, escribieron cartas a la familia mostrando su condolencia por la muerte del “Ángel del camino” como cariñosamente le llamaban. Es curioso, en Burgos e, incluso, en Castrojeriz no era casi conocida mientras si lo era para aquellos que ayudó o, simplemente les hizo gozar de su compañía durante una jornada del camino.



Dejamos atrás un lugar lleno de recuerdos y antiguedades en el camino para volver a emprender los pasos entre las legendarias casitas antiguas que se asoman a la Calle Real. Castrojeriz tiene la peculiaridad de conservar una mezcla entre la arquitectura urbana y la rural, muestra de ello son estas casas construidas con ladrillo y piedra.Una de ellas en particular, llama la atención por su particular fachada de aspecto señorial. “La Casa del Fuerte” fue un antiguo palacio en el que habitaba una familia de nobles y justo en frente de ésta aparece una pequeña plaza con una impresionante vista al paisaje castellano.



Antiguamente en esta “Plaza del fuero” se levantaba la Iglesia de Santiago de los Caballeros y hoy en día tan solo queda un monolito en pie con una inscripción que recuerda el “Fuero de Castrojeriz” por el cual, en el año 974 el conde de Castilla, García Fernández, concedió una serie de privilegios a la población y está considerado como la primera Declaración de Derechos existente en España. La parte más famosa de este fuero es la de “La caballería villana” por el cual no sólo los nobles podían pelear a caballo sino cualquier hombre que tuviese y pudiese mantener al animal.



Ya en la plaza mayor de Castrojeriz, que separa la Calle Real en dos, Calle Real de Oriente y Calle Real de Poniente, se encuentra el albergue de San Esteban situado donde antiguamente se encontraba la iglesia del mismo nombre. Paco, su hospitalero da la bienvenida a los peregrinos que llegan a su albergue con cariñosas frases como “estáis como garrotas”, a las que siempre le siguen las sonrisas en la cara del caminante. A su lado aparece un pequeño comercio que es conocido por todo peregrino que pasa por este pueblo como uno de los más preparados del camino francés: “El Bazar del Peregrino” regentado por Amancio, un experimentado comerciante que siempre tiene buenas palabras para los caminantes.



En el progreso de nuestro camino por la Calle Real de Poniente, casi al final y en un lado de ésta se encuentra la ilustre Iglesia de San Juan, considerada el principal monumento de conjunto urbano de Castrojeriz junto con la Colegiata. Lo primero que se vislumbra de este templo es la torre que se alza sobriamente sobre el último tramo de la nave con estrechos pináculos rematados en sus ángulos. Es una obra del gótico primitivo que data del siglo XIII, aunque fue reestructurada posteriormente durante los siglos XV y XVI, que presenta un marcado aspecto militar en su exterior. Lo componen tres naves de la misma altura, fuertes pilares y grandes bovedas góticas.
En su interior destaca el retablo mayor, de estilo barroco, y que procede del desaparecido convento de San Antón. El claustro, sobrio y austero, es obra del siglo XIV que fue dotado un siglo después con un hermoso alfarje mudéjar que se conserva desde entonces.
El orgullo de esta iglesia es la colección de tablas flamencas que representan la Crucifixión, la Visitación, la Anunciación y la misa de San Gregorio que son obra de Ambrosius Benson. A los pies de estas pinturas descubrimos una preciosa y delicada pila bautismal, laboriosamente labrada que pertenece al siglo XVI.



Antes de salir de la villa por la puerta occidental, conocida antiguamente como la puerta de San Miguel, empezamos a comprender que llega la hora de despedirse de Castrojeriz. Pero como no podia ser de otra manera elegimos la manera mas dulce de hacerlo, visitando el Convento de Santa Clara. Es un edificio fundado por el rey Alfonso X que cuenta con un templo gótico del siglo XIV en el que vive todavía una pequeña comunidad de monjas clarisas famosas por la elaboración de deliciosos pasteles y pastas.



Abandonar Castrojeriz despierta la nostalgia, sólo el que lo conoce sabe lo que se siente al llegar por un camino legendario y lo que significa partir dejando atrás la villa castrense.

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